La contaminación atmosférica es causante de diversas enfermedades respiratorias en humanos y, por tanto, de muerte. En los últimos tiempos hablamos de ella con frecuencia debido a su importancia, también, en el cambio climático, pero ¿sabías que la contaminación acústica también tienen serias consecuencias en nuestra vida?
Salimos de casa y le segundo que miramos si llevamos o no después del móvil, las llaves o la cartera son los cascos o auriculares. Los enchufamos a nuestro dispositivo y subimos el volumen al máximo, sobre todo, si estamos en la calle donde el ruido se intensifica y hace que tengamos dificultades para escuchar nuestra música.
Este gesto cotidiano puede tener impacto negativo en nuestra salud de que claramente no somos conscientes si cada día nos ponemos nuestros casos a todo volumen.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) “1.100 millones de jóvenes en todo el mundo podrían estar en riesgo de sufrir pérdidas de audición debido a prácticas auditivas perjudiciales”.
Asimismo, asegura que más de 43 millones de personas de entre 12 y 35 años sufren una pérdida auditiva discapacitante por diversas causas. Esto puede explicarse porque “el 50% de los adolescentes y jóvenes de países con ingresos medianos y altos están expuestos a niveles de ruidos perjudiciales a consecuencia del uso de dispositivos de audio personales como reproductores de MP3 y teléfonos inteligentes”. Y alrededor del 40% de estas personas de entre 12 y 35 años que viven en países con rentas óptimas “están expuestos a niveles de ruidos potencialmente nocivos en clubes, discotecas y bares”.
¿Qué es la contaminación acústica?
Hablamos de contaminación acústica cuando el sonido que percibimos, independientemente de la fuente de la que provenga, se interprete como ruido, es decir, como molesto y excesivo y que, por tanto, supone un daño para las personas. Sus efectos pueden aludir a la capacidad auditiva, mayormente, pero también a la salud física y mental. No obstante, el impacto de la contaminación acústica no es exclusivo de las personas ya que también puede tener eco en el medioambiente.
Pitidos, coches circulando, industrias produciendo… Todos estos ruidos —podemos llamarle así porque son molestos— son los que contribuyen a la contaminación acústica. A esto, hay que sumarle el volumen elevado en espacios interiores como bares, tiendas, discotecas… Todos ellos convierten a España, en el segundo país más ruidoso solo precedido por Japón.
Escuchar sonidos por encima de los 60 decibelios recomendados, independientemente de la duración, afecta a las células sensoriales auditivas. Esto puede desencadenar en una pérdida momentánea de la audición o provocar acúfenos —cuando sentimos fuertes pitidos en los oídos— como por ejemplo cuando salimos de una discoteca o de un concierto.
En estos casos, recuperamos la audición cuando nuestras células sensoriales auditivas se recuperan pero puede suceder que el ensordecimiento sea permanente tras percibir sonidos muy fuertes o cuando la exposición se produce con frecuencia y/o durante un largo período de tiempo continuado.
La pérdida de audición es algo muy serio que puede interceder perjudicando otros aspectos de la vida. La forma en que nos relacionábamos con otras personas hasta ese momento cambia por completo así como padecer estrés, insomnio o ansiedad motivado por no poder oír bien.
¿Como cuidar nuestros oídos y prevenir la pérdida de audición?
Más de 466 millones de personas sufren pérdida de audición discapacitante de los que 34 millones son niños y se estima que en 2050 aproximadamente 900 millones de personas —una de cada diez— podrían padecer esta dolencia.
Para prevenir la aparición de sordera es conveniente realizar una audición responsable. Para ello, no solo hay que tener en cuenta el volumen sino también la duración de la exposición al sonido así como la regularidad con la que nos sometemos a ciertas escuchas.
Así, la OMS considera que para los entornos laborales, los trabajadores pueden soportar un total de 85 decibelios (dB) durante un máximo de 8 horas sin que la exposición auditiva suponga ningún riesgo. Si aumenta el número de decibelios, el periodo de tiempo de escucha para el que no se contemplan peligros se reduce.
El problema está que repetidamente nos colocamos los casos a un volumen superior a los 85 decibelios, por un tiempo prolongado y con una regularidad perjudicial para nuestra audición.
Evidentemente, existen diversas causas que provocan la sordera como la genética, por ejemplo. Pero cuando hablamos de pérdidas de audición por exposiciones prolongadas a sonidos superiores a 85 dB, esta puede prevenirse. ¿Cómo?
Los reproductores multimedias o smartphones pueden alcanzar entre 75 dB y 136 dB, mientras que en los bares y discotecas los niveles medios pueden establecerse entre 104 dB y 112 dB, superados, incluso, por los conciertos.
Teniendo en cuenta que la audición responsable es aquella que encuentra un equilibrio entre volumen, duración y frecuencia de la exposición, debemos ser conscientes y bajar el volumen a nuestros dispositivos que escuchamos diariamente porque sin darnos cuenta, al cabo de meses o años, podremos sufrir de sordera irreversible.
Así, se recomienda:
- Mantener un volumen inferior a los 85 dB recomendados por la OMS.
- Reducir el uso diario de dispositivos de audio personales.
- Utilizar tapones cuando asistamos a bares y discotecas frecuentemente y realizar descansos cuando estamos dentro. Salir afuera durante unos minutos hará que nuestras células auditivas se recuperen protegiendo nuestra audición.
- Adquirir auriculares o cascos con buena aislación que protegen del ruido externo evitando así tener que subir el volumen.
- No exponernos periodos prolongados a sonidos fuertes.
Estas pautas que, probablemente, nunca o casi nunca tenemos en cuenta nos protegerán de la contaminación acústica y, por tanto, de los efectos adversos de esta.
De igual modo, debemos realizarnos revisiones auditivas anuales para detectar cualquier anomalía antes de que la sordera sea irreversible. La pérdida de audición, normalmente, no se percibe hasta que el ensordecimiento es muy evidente y limita el desarrollo habitual de nuestra vida.